«La Virgen de Fátima está con Franco y con España». Ese era el mensaje que los medios de comunicación debían trasmitir a la población. Para ello se hacía necesario que la «Madre» intercediese por los enfermos. En otras palabras, la dictadura necesitaba «crear» un ambiente de fervor religioso que propiciase la aparición de curaciones milagrosas. Los directores de los más importantes periódicos tenían la orden de otorgarle el máximo espacio y atención al hecho. Por supuesto, todos siguieron las indicaciones sin rechistar. La «operación Fátima» estaba en marcha.
Antes de llegar a Madrid, la santa imagen recorrió varias ciudades españolas, en las que la población hizo ostensibles demostraciones de fe. La muchedumbre salía a las calles para vitorear a la Virgen, mientras cazas del ejército dejaban caer sobre la imagen toneladas de flores. Ya al principio del peregrinaje tuvieron lugar las primeras «curaciones milagrosas», que fueron utilizadas por la prensa para caldear el ambiente, ante lo que se preparaba en Madrid.
Durante esa primera noche en la capital de España, la Virgen permaneció en la iglesia de San Ramón, a donde acudieron a escuchar misa Carmen Polo y Carmen Franco, la esposa e hija del dictador. Al día siguiente, la imagen se trasladó a la capilla del Palacio de El Pardo, residencia oficial de Francisco Franco y familia. El jefe del régimen, su esposa e hija, además de ministros, obispos y autoridades militares, estuvieron durante varias horas en la capilla, en una ceremonia privada a la que no se permitió la entrada a periodistas. Después, nuevo traslado a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. Durante toda esa noche se celebraron misas, a las que acudieron miles de madrileños. Y temprano, por la mañana, otra procesión. Pocas horas después tendría lugar el acto central de la «operación Fátima»: la recepción oficial a la imagen en la plaza de la Armería, presidida por Francisco Franco, Carmen Polo, el cardenal patriarca de Lisboa, el obispo de Madrid y otras importantes autoridades.
DOCENAS DE CURACIONES MILAGROSAS
Unas 800.000 personas se agolpaban para contemplar el espectáculo. En un lugar preferencial, bien visible, se amontonaban más de 10.000 enfermos con muletas, en sillas de ruedas o en camillas, atendidos por 1.000 enfermeras y 100 médicos. Todos esperaban un milagro que curase o, al menos, paliase sus dolencias. Con crucifijos y rosarios en las manos, imploraban la intercesión de la «Madre». Antes de acudir a su lugar de honra en el centro de la plaza, la esposa del dictador, Carmen Polo, se acercó al improvisado «hospital» al aire libre para saludarlos.
El vivaz reportero Menéndez Chacón, del periódico Abc, se encontraba entre los enfermos con la intención de escribir una crónica de todo lo que allí sucediera. Pensaba en cómo iba a llenar la enorme cantidad de páginas que tenía reservadas. Sin embargo, en el momento que el cardenal de Lisboa, bajo palio, dió su bendición a la multitud, algunos enfermos comenzaron a gritar, a llorar e incluso a saltar de sus sillas de ruedas.
Menéndez Chacón trataba por todos los medios de obtener las direcciones de las personas supuestamente curadas de forma milagrosa, para investigar con más calma cada uno de estos casos en jornadas posteriores. No era tarea fácil, debía abrirse paso entre el gentío que se arremolinaba alrededor de los enfermos, que tiraban sillas, gritaban o rezaban emocionados con lágrimas en los ojos. María Teresa Toyos, una joven enfermera que había quedado paralítica tras serle practicada una cesárea unos meses antes y la primera persona que presuntamente se había curado de forma sobrenatural, logró acceder a las gradas que conducían al altar, pero la muchedumbre que se formó a su alrededor la arrastró literalmente hasta la plaza de Oriente, donde miles de personas querían tocar a la mujer con sus manos. Varios agentes de la Guardia Civil llevaron en volandas a María Teresa como pudieron y la introdujeron en una ambulancia.
En los días siguientes, periodistas de varios diarios lograron entrevistar a más enfermos supuestamente curados por intercesión divina. Además, consiguieron hablar con los familiares y médicos de algunos de ellos. Algunos de los casos más espectaculares de presuntas sanaciones milagrosas reseñados por la prensa fueron los de Eugenia San Martín, que recuperó la vista; Carmen Rodríguez Ventosa, que sufría una parálisis total de su cuerpo desde hacía unos cuarenta años y que volvió a andar; Mercedes López, sanada de una enfermedad que le impedía hablar, etc. Sin embargo, el caso más espectacular de todos lo protagonizó la monja de clausura Mercedes Méndez, de la comunidad de las Escolapias de Carabanchel Alto, en Madrid, que llevaba dos lustros postrada en la cama por una parálisis que afectaba a gran parte de su cuerpo, incluidas las piernas, y que tras el acto religioso entró al convento por su propio pie.
UN CASO ESPECTACULAR
El reportero Menéndez Chacón se propuso seguir hasta donde pudiera este caso, así que en primer lugar habló con el médico y una de las hermanas del convento. En su crónica leemos: «La hermana Mercedes Méndez llevaba diez años encamada. Durante ese tiempo, la única visión que ha tenido del mundo que rodea su celda se reduce al paisaje encuadrado por la ventanita abierta a la capilla del convento. Hemos hablado con la hermana María San Martín, que durante ese lapso de tiempo la ha cuidado constantemente. No sale de su sorpresa y relata una y otra vez cómo la vio descender de la ambulancia y subir los escalones que conducen a la portería del convento. Hemos charlado también con el doctor D. Ángel Milla, médico de la Beneficencia Municipal que asistía a la enferma, quien nos confirma cuanto en el convento se nos había dicho. Esto es la desaparición absoluta de los síntomas del parálisis. El mismo médico nos confirma que de algún tiempo a esta parte sólo giraba a la enferma visitas de cortesía, puesto que las de carácter profesional tenía la convicción absoluta de que nada podían hacer por atajar el mal. 'Si no fuera creyente –concluye el facultativo– lo que he presenciado hoy bastaría para convertirme'». Días después, el reportero del Abc por fin conseguía entrevistar a la protagonista de la historia. «La enferma nos ha contado –escribe– cómo durante la misa de la plaza de la Armería se sintió empeorar, hasta el punto de verse en trance de pedir la Extremaunción, y como, sin transición, percibió un extraño fluir de sangre hacia las extremidades inferiores, que inconscientemente empezó a mover, hasta que se sintió con fuerzas para incorporarse y para dar sus primeros pasos en dirección al altar».
LOS TALISMANES DE FRANCISCO FRANCO
En 1942, Franco se paseó por Oviedo con la Cruz de la Victoria –«talismán mágico» utilizado por el heroico Pelayo en su lucha contra los invasores musulmanes en la Reconquista–, seguido por miles de personas, entre militares, peregrinos y autoridades, incluido el nuncio del Vaticano. Además, en la comitiva había varias personas que portaban urnas con restos de santos, como santa Eulalia de Mérida, además del Sudario de Oviedo, que supuestamente envolvió el rostro de Cristo antes de su resurrección.
El pensamiento mágico del dictador se reflejaba en su obsesión por otras reliquias, como el Santo Grial, que presuntamente se custodia en la catedral de Valencia y que hizo sacar en procesión por todo Aragón. De hecho, una de las reliquias españolas más conocida se convirtió en el «talismán protector» de Franco. Nos referimos, como no, al brazo incorrupto de santa Teresa de Jesús. En realidad sería más correcto hablar de mano, pero en cualquier caso es sabido que el dictador se hacía acompañar a todas partes por la misma. En el dormitorio del matrimonio Franco, en el Palacio de El Pardo, la reliquia siempre se encontraba sobre un antiguo oratorio, en su urna, pero con las puertecillas abiertas.
La santa mano, perteneciente al convento de las carmelitas de Ronda (Málaga), acabó en manos de las tropas sublevadas. Poco después de la guerra, una carta firmada por el recién nombrado secretario de Estado les informó a las monjas de la nueva situación de la reliquia: «He de exponerles que el Caudillo –o sea, Franco–, que tiene una acendrada devoción a la santa más española, y que ha visto palpablemente su constante protección en todas las empresas de la guerra, tiene vivísimos deseos de conservarla bajo su custodia».
EL «FANTASMA» DE LA VICTORIA
Francisco Sánchez-Ventura, fallecido el 13 de junio de 2007, era uno de los máximos expertos mundiales en el fenómeno de las apariciones marianas, además de acaudalado empresario, catedrático de Economía y antiguo miembro del Consejo Privado de Don Juan, el padre del actual rey de España. Sánchez-Ventura me confesó que un sacerdote amigo suyo, Ramón Sánchez, le dijo que durante unos ejercicios espirituales para altos cargos militares, entre los que se encontraba el propio Franco, éste le hizo una confidencia: durante la trascendente batalla de Brunete, Franco y otros generales vieron cómo un soldado a lomos de un caballo destruía varias posiciones enemigas con granadas, lo que hizo que ganaran esa batalla. Cuando quisieron encontrarlo, no lo lograron, por lo que concluyeron que se había tratado de una aparición sobrenatural. Esta misma versión también la solía contar otro de los testigos del «milagro», el general Saliquet.
¿LO SABÍAS?
El 3 de agosto de 1936 un avión republicano soltó cuatro bombas sobre la basílica del Pilar sin que ninguna de ellas llegase a explosionar. La prensa del bando golpista y las autoridades eclesiásticas aprovecharon el hecho, que catalogaron como milagroso, para erigir a la Virgen en símbolo de la «cruzada nacional» contra el gobierno republicano. De hecho, existía una tradición que relacionaba los milagros de la Virgen del Pilar con importantes gestas militares españolas. El propio Franco, según diversos testimonios, acudía de incógnito a rezar a la basílica zaragozana en plena Guerra Civil.
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