LEYENDAS MINERAS Liliana Núñez O. En agosto se celebra el día de San Lorenzo, se le pide protección para las minas abiertas, subterráneas, pirquenes. Los mineros son muy supersticiosos y aseguran que el día de San Bartolomé el diablo anda suelto y muchos lo han visto pasearse como dueño y señor mostrando sus enormes cachos y cola. Las diabladas originarias en minas bolivianas lo celebran bajando al socavón para celebrar, haciéndole compañía y pedirle protección contra los accidentes, saludan también a la virgen. En nuestro país, todavía ocurren accidentes en las minas, la Confederación Minera reportó catorce accidentes en julio. Recientemente en Lebu una explosión dejó cuatro muertos y 55 heridos. Recordamos el libro Subterra y la película basada en lo que escribió Baldomero Lillo que trabajó en la pulpería en Lota, el siglo pasado, retratando el sufrimiento de las familias al escuchar el estampido de una explosión y la muerte de joven cabeza de cobre. Baldomero Lillo El minero del carbón lo primero que hace, antes de hacer el trabajo, antes de ganar un sueldo, es salir vivo de la mina donde están expuestos a derrumbes, desprendimientos, inundaciones o explosiones. Antiguamente usaban canarios y ratones que anunciaban al gas grisú, desplazándose a ras del suelo afectándolo primero a ellos con el monóxido de carbono. En gratitud a estos roedores se celebra el día de San Agustín el 28 de Agosto. En Lebu, los mineros afirman que no se midieron durante tres semanas los niveles del "viento negro". Nuestros mineros viven los mitos y leyendas atacameñas, las traídas por los mineros de la cuarta región, enriquecidas en las noches frías, alrededor del brasero tomando la choca. Vuelven a escuchar a los tue, tue, ven pasar volando a los brujos de Salamanca que traen el viento. La camanchaca en Chuqui envuelve las almas errantes de los trabajadores fantasmas muertos en accidentes, que siguen viniendo a trabajar caminando con sus calamorros blancos de cuero vuelto. Los carrilanos escuchan atentos y dispuestos como hacer cualquier pacto con el diablo para hacerse ricos. Todos quieren seguir a la veta que los guiará al entierro de las barras de oro bolivianas enviadas para ayudar en la Guerra del Pacifico, enterradas en Calama. Relatan el encuentro con la viuda y la Llorona en los juegos infantiles. Escuchan los lamentos que quedaron de las explosiones y de los muertos del cementerio de Placilla, hoy la mina; encontrándose ataúdes, animales momificados. Recuerdo el susto de mis amigos jóvenes palanqueros al esperar vía libre para su tren, eran minutos de eterno sudor, temiendo encontrarse con los que pisaron el tercer riel o sufrieron la muerte del palanquero, relajándose cuando la máquina o camión empiezan a avanzar nuevamente en la mina. Por Nancy Monterrey SAN LORENZO PATRONO DE LA MINERÍA Cronológicamente se ubica a San Lorenzo en el siglo III después de Cristo; se sabe que era español y que fue el primer diácono de la Iglesia de Roma durante el Papado de Sixto II. También se ha logrado establecer que tenía a su cargo la administración de los bienes de la iglesia. En aquella época, Valeriano era el Emperador de Roma, quien, al igual que sus predecesores, se caracterizaba por la codicia y un despótico ejercicio del poder. Según la leyenda, Valeriano concibió la idea de apoderarse de los tesoros de la iglesia -abundantes en oro y plata- e hizo detener a Lorenzo para que se los entregara. Sin embargo, el futuro santo a pesar de estar consciente de que su vida estaba en peligro, solicitó tres días para reunirlos, argumentando la abundancia de los mismos. La primera tarea que asumió al recuperar su libertad fue juntar los tesoros materiales de la iglesia y esconderlos a buen recaudo bajo tierra -lejos del alcance del Emperador-, y posteriormente se dedicó a reunir a los ancianos, a los pobres, a los desesperados, a quienes tenían en cuerpo y alma las evidentes marcas del dolor y el sufrimiento para presentárselos a Valeriano cuando expirara el plazo, como los verdaderos tesoros de la iglesia. Cuando el Emperador se enteró de que había sido burlado por Lorenzo enloqueció de rabia e impotencia, ¿cómo un simple diácono podía atreverse a desafiar a un ser divino como él? La osadía de Lorenzo merecía un castigo ejemplar y lo condenó a morir en una parrilla ardiente. A pesar de la horrible sentencia, Lorenzo permaneció tranquilo y no reveló el lugar donde había escondido los tesoros que codiciaba Valeriano. La leyenda cuenta que fue martirizado en una fría mañana de domingo, después de la salida del sol y que murió dignamente, sin manifestar en ningún momento temor o arrepentimiento frente a sus verdugos. (Nota de San Lorenzo tomada del señor Javier Jofré R., presidente Comisión de Extensión Cultural Instituto de Ingenieros de Minas de Chile) BALDOMERO LILLO: EL PROTECTOR DE LOS DESAMPARADOS Nació el 6 de enero de 1867, en la sureña ciudad de Lota, un pueblo minero ubicado en la provincia de Concepción, en la VIII Región de nuestro país. Sus padres fueron José Nazarino Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa. Vivió en esa zona durante toda su infancia, hasta segundo año de humanidades. Durante esos años sintió fuertemente la influencia de su padre, quien se desempeñó en actividades de capataz o jefe de cuadrilla en Lota. Junto a él, Baldomero conoció las diferentes actividades carboníferas, las faenas que se realizaban bajo tierra, y hasta las galerías subterráneas que se internaban en el mar. Luego de la muerte de su padre, Baldomero Lillo se vio obligado a trabajar. Fue empleado subalterno en una pulpería lotina. Allí continuó conociendo muy de cerca el mundo minero, el cual describió posteriormente en su obra literaria. Mientras trabajaba en ese lugar, leía todo lo que cayera en sus manos. Los autores que más lo marcaron en esa época fueron Dostoyevski con "La casa de los muertos", Zola con "Germinal" y Turgueniev con "Humo". Julio Verne, Dumas y Rocambole no le llamaron mucho la atención. Más tarde se interesó en Maupassant, Eca de Queiroz, Dickens y Balzac, quienes lo marcaron profundamente, sobre todo en lo que se refiere a sus rasgos de observador permanente y a su gran capacidad descriptiva del entorno. En 1897 Baldomero Lillo se casó con Natividad Miller, con quien tuvo cuatro hijos: Marta, Laura, Eduardo y Oscar. En 1898 viajó a Santiago a vivir con su hermano Samuel, quien le consiguió un trabajo en la Universidad de Chile, en un cargo administrativo. Su primera obra literaria fue el cuento "Juan Fariña", con el cual en 1903 ganó el primer lugar de un concurso. En ese entonces, consiguió que su cuento se publicara en la Revista Católica de Santiago, en la cual firmó con el seudónimo de "Ars". Pero fue en 1904, con la publicación de su libro "Sub - Terra", cuando se le reconoció en el mundo literario. Esto le dio la oportunidad de trabajar en el diario "El Mercurio" y luego en la revista "Zig - Zag". La publicación de "Sub - Terra" trajo mayor preocupación por el tema social de los mineros y de las industrias, donde se necesitaba con urgencia una intervención del Estado para mejorar las condiciones de trabajo de estos sectores. Eran los años en que la "cuestión social" estaba en el centro del debate. En 1907 fue publicado "Sub - Sole", que a diferencia de "Sub - Terra" no se refirió a las minas del carbón sino que a las costumbres y a los trabajos del mundo rural. LEYENDAS MINERAS EL MINERO NEGRO DE IDAHUE “En los cerros de Idahue, (VI Región) existe una mina abandonada que se conoce como “La Mina del Minero Negro” por ser precisamente un hombre de tez morena el que la descubrió. Nadie sabe nada de dónde vino, ni cómo llegó; el asunto es que un día apareció explotando el yacimiento aurífero. Junto a él trabajaban varios mineros los que sacaban el oro a raudales, de una veta que corría cerro arriba. Un día el negro quedó solamente con dos trabajadores: los obreros lo tomaron y le dieron muerte para apoderarse del oro y de la mina. Sepultaron su cadáver en la primera loma de un barranco próximo, tapándolo con ramas y hojarascas de boldos y litres. Cuando regresaron los demás mineros del pueblo, le contaron que habían dado muerte al negro y que ellos serían los dueños verdaderos; se repartirían el oro y explotarían el yacimiento por partes iguales. En seguida fueron a ver el lugar donde habíanlo sepultado horas antes; pero, sorpresa, el cadáver había desaparecido y también el filón de oro; por más que buscaron no lo encontraron. Ante esta circunstancia, sintieron miedo y abandonaron el trabajo, dejando botados chuzos, palas, balanzas y chayas. Muchas personas han querido traerse esos implementos, pero les es imposible; pues quien lo intente, no puede dar ni un solo paso; una fuerza extraña lo sujeta; sólo pueden librarse, cuando han dejado lo cogido. Cierto día pasaban por el lugar dos campesinos a caballo arreando animales por la quebrada y al llegar al sitio preciso donde fue sepultado el negro, se les apareció un limonero alto con miles de frutos en su ancha y alta copa. Los arrieros dejaron junto al árbol una bolsa para a su regreso llenarla con limones; pero al volver sólo encontraron el saco; el árbol había desaparecido. Si ellos hubiesen tomado un limón, habrían encontrado de inmediato la veta y al negro que sigue trabajando su mina, pues se le oye laborar especialmente en las noches en el interior del cerro, y a veces le escuchan llamar a sus compañeros desde un rancho que ellos mismos construyeron hace años y que aún se conserva; pero nadie se atreve a venir a su encuentro”. EL BARRETERITO Según cuentan los viejos mineros de esta región, hace muchos años ronda en las minas auríferas de Atacama, el alma de un minero, que en vida, trabajaba siempre cantando al son de su barreta, mientras extraía con alegría el preciado producto de las minas. Este personaje era muy conocido por todos, por ser un aventurero que constantemente cambiaba de mina, pues su genio vagabundo y su pie nómade lo llevaba a recorrer de un lado a otro, ganando apenas para subsistir y pasando muchas veces hambre y penurias, echándose las penas a la espalda, volvía siempre a partir para iniciar su pesada tarea en cualquier otro lugar. Sin embargo, su carácter generoso y su espíritu siempre alegre y optimista le hacían liviana la vida granjeándole la simpatía y el aprecio de los demás mineros. Con la talla a flor de labios, ya cantando, ya silbando, no descansaba ni un momento y el repiqueteo de su herramienta era música acostumbrada donde quiera que estuviese. Un día que trataba de obtener el mineral, que le daría su sustento, quiso la mala suerte que se desprendiera un gran trozo de roca y tras ella, toneladas de tierra..., y el barreterito quedó allí sepultado para siempre... Desde entonces, - según dicen los mineros -, su espíritu recorre todas las minas en que trabajó, dejando oír su continuo y alegra barretear... El viento, fugaz mensajero del espacio, lleva a través de las negras bocas de los túneles y galerías el eco de sus golpeteos. Los mineros que los han oído, o han creído oírlo, se persignan temerosos, previendo, quizás un destino semejante. EL MINERO GENEROSO (Leyenda de los mineros del carbón) Hace mucho tiempo, en la zona minera de Lota, (VIII Región) vivía un hombre muy bueno e inteligente. Su oficio era minero de la mina de carbón El Chiflón del diablo. Tenía muchos amigos dada su condición de buen hombre. Pero tenía un problema. Era muy pobre porque regalaba a los más necesitados lo que ganaba. Así que todo lo que poseía se le hacía poco para ayudar a la gente. -¡Hola don Reina!- como le decían sus amigos. -¿Me podría prestar usted un kilo de azúcar?- le pedían y don Reinaldo inmediatamente ayudaba a quien le pidiera. Otra persona lo saludaba con mucha cordialidad. -¿Cómo está usted? ¿Y su trabajo en la mina cómo va? Un día llegó una viuda a verlo a su casa: -Don Reina, vengo a pedirle un favor, si usted me puede ayudar con algo de dinero para comprarle un par de zapatos a Eduardito, el más pequeñito de mis hijos que se le hicieron pedazos. El minero de inmediato salió a conseguirse un anticipo de sueldo para ayudar a la viuda. Y así, todos los días, le iban a pedir alguna cooperación y don Reinaldo corría a socorrer a sus vecinos necesitados. Ya la situación no daba más. Estaba muy endeudado pidiendo aquí y allá para ayudar a sus vecinos. Un día se dijo: -Haré un pacto con el diablo y le pediré mucho dinero para ayudar a mis queridos amigos. Dicho y hecho. Se fue al fondo de la mina el Chiflón del diablo y haciendo un ademán de hablar con alguien, dijo en voz alta: -¡Oye tú, patas de hilos! ¡Sal de tu escondite y ven a verme, quiero hacer un pacto contigo! No pasaron más de tres segundos y un estruendo sacudió la mina y se apareció un hombrecillo de negro. -¡Así que quieres hacer un pacto conmigo Reinaldo Jara!- le dijo con enérgica voz. -¡Sí, don Satanás!- le contestó don Reinaldo, un poco asustado. -¡Bien, llenaré un cofre de monedas de oro que encontrarás en tu casa, pero a cambio tú tienes que darme tu alma! -¡Acepto don Satanás! Y el Diablo sacando un documento de entre sus ropas negras, le dijo: -¡Procederé a leerte las normas escritas para que firmes el contrato! Después de leerle algunos párrafos, el caballero de negro prosiguió: -¡Y dentro de algunos años más te llevaré conmigo! Y don Reinaldo Jara estampó su firma en el documento. Acto seguido, el diablo en otro estruendo, humo y olor a azufre, desapareció. Al día siguiente don Reinaldo encontró dentro de su casa un cofre antiguo lleno de monedas de oro. Con tanto oro a su disposición, don Reinaldo empezó a ayudar a los más necesitados. Su fama de hombre generoso trascendió la zona del carbón. Pasaron 20 años y don Reinaldo, ya de más edad, se había olvidado del pacto hecho con el diablo y el día había llegado para que se lo llevara el señor de las tinieblas. Y así ocurrió. Aquel día en la mañana, don Reinaldo Jara, que todavía trabajaba en la mina, se aprestaba para ir a trabajar cuando se le apareció el malulo. -¡Hola Reinaldo, vengo a que cumplas con el contrato que hicimos para llevarte conmigo! El minero, recién se acordó del pacto que había hecho con el diablo y al darse cuenta de la realidad, aceptó cumplir con lo pactado. -Muy bien don Satanás, cumpliré con mi compromiso e iré con usted- le dijo con resignación. Pero ocurrió algo que al diablo le llamó mucho la atención, y era que veía a don Reinaldo tan pobre como cuando pactó con él, hace 20 años. -¡Oye hombre! ¿Y tu fortuna? ¿Dónde está que no la luces? Y don Reinaldo le dijo que día a día él repartía las monedas de oro a la gente más necesitada y el objetivo de él era sólo eso: tener muchas riquezas para ayudar al prójimo y que eso lo hacía feliz. El diablo se puso rojo de rabia y le contestó: -¡No puedo llevarte conmigo, porque tu alma es buena y generosa, y eso para mí es fatal, sólo necesito almas ambiciosas y avaras, y tú no me sirves! Y dando un grito de espanto, el diablo desapareció del lugar dejando un fuerte olor a azufre. Don Reinaldo Jara siguió ayudando a los pobres. Y el cofre de oro nunca se agotó, ya que éste dejaría de llenarse de oro sólo cuando don Reinaldo dejara de ser generoso. Eso nunca ocurrió, él no cambió jamás y murió muy viejito y amado por el pueblo de Lota. EL DIABLO EN TAMAYA Cerro Tamaya Cuentan que hace años el cerro Tamaya (IV Región) era un mineral muy rico. El oro brotaba por todos lados y en abundancia. Por ese entonces se trabajaba en cuadrillas de mineros que arrancaban el precioso metal a combo, cuña, picota y pala. Una de esas tardes llegó a pedir trabajo un extraño y corpulento hombre; al hablar con el jefe le dijo que era barrenero, que producía bastante, pero que ponía una condición: trabajar solo y de noche. El jefe lo contrató y esperó para comprobar el producto de su trabajo. Grande fue su sorpresa al día siguiente- al ver la gran cantidad de oro extraído por el trabajador. Esa noche picado por la curiosidad-, el jefe lo siguió para ver de dónde y en qué forma sacaba el mineral. Observó que el extraño hombre se sacaba la ropa y se convertía en un gran toro negro, que a cornadas embestía el cerro arrancando grandes cantidades de oro. Impresionado y asustado corrió al pueblo en busca del cura para bendecir el lugar. A la noche siguiente fueron el jefe, el cura y un grupo de mineros al sitio donde trabajaba el individuo. El toro, al ver al cura con un crucifijo en la mano, enloqueció y, embistiendo desesperadamente contra la roca, hizo un gran agujero, por donde salió dejando un fuerte olor a azufre. Según cuentan los que conocen la leyenda, era el diablo quien custodiaba la mina y que, al irse éste, desapareció la mayor riqueza del yacimiento aurífero del cerro Tamaya. EL GUARDIÁN DE LA MINA “EL TENIENTE” (*) Un minero movido por lo que sus “ganchos” de que aparecían visiones en el centro de la mina, decidió quedarse en el “nivel” donde trabajaba, para comprobar si todo lo que narraban era verdad. Esa tarde, sus compañeros de faena salieron a la superficie luego de haber trabajado su turno. Sólo quedó el corajudo minero. Este empezó a “choquear” inmediatamente, pues no lo hizo en el tiempo que la empresa da para este refrigerio, que consiste en té o café que llevan al trabajo, más pan y frutas. Mientras tomaba sendos sorbos de café, miró a un extremo. Desde las sombras, vio salir un alto y grueso perro con ojos brillantes llevando en su cuello una larga cadena de plata que, al arrastrarla, producía un ruido terrorífico. Quedó atónito; no pudo seguir tomando su “choca” y salió despavorido, ayudándose de la luz de su lámpara. Cuando estuvo a salvo, contó lo ocurrido; muchos no le creyeron. Otro minero, al día siguiente, decidió enfrentarse con el aparecido y entró al sitio de trabajo provisto de un revólver. Cuando llegó la hora del término de la faena, éste aguardó nervioso. Sacó su arma y esperó que saliera el perro; lanzó algunas palabrotas que el eco devolvió, retumbando en las paredes lóbregas del socavón. De súbito, apareció el perro mostrando sus grandes y redondos ojos de fuego y arrastrando su cadena; cuando éste se le hubo acercado bastante, disparó toda la carga de su arma. Creyó que lo había muerto. Fue a verlo. Pero sorpresa, se encontró con que el animal se había esfumado y las balas estaban incrustadas en un viejo tablón; después de sucedido esto, el minero pidió el “arreglo” y se fue del mineral. Para los obreros de la mina, el perro que aquí aparece, es el guardián de ella y se muestra a todos aquellos que no creen lo que acontece dentro de este mundo subterráneo. REFERENCIAS: Monterrey, Nancy. Mitos Mineros. El Mercurio (Antofagasta) viernes, 19 agosto 2005. http://www.paritarios.cl/actualidad_dia_del_minero.htm http://www.familia.cl/ContenedorTmp/Lillo/baldomero.htm http://www.elsur.cl/edicion_hoy/secciones/ver_suple.php?id=1482&dia=1087012800 http://www.rmm.cl/index_sub.php?id_contenido=4135&id_portal=337&id_seccion=2150 http://www.ubiobio.cl/~gpoo/registro-fotografico/chiflon-del-diablo/ http://choyonca.tripod.cl/hojassueltas/id21.html Acevedo Hernández, Antonio. Leyendas Chilenas. Santiago, 1952. Cárdenas Tabies, Antonio. Camarico, Morada del Diablo. Leyendas de la Provincia de O’Higgins. (Editorial Brecha, Rancagua, Chile, 1970), pgs. 57-58; 75-76. Laval, Ramón A. Mitos. Tradiciones. Casos. Cuentos Populares en Chile. Santiago. 1923. Plath, Oreste. Geografía del Mito y la Leyenda Chilenos. (Editorial Grijalbo, Santiago, 1994), pgs. 34, 132, 217. (*) El Teniente: Por un oficial español de esta graduación que huyendo de la justicia se internó en la cordillera y descubrió el mineral sin saberse el nombre, pero sí el grado. Otra versión, es la de don Juan de Dios Correa y Saa, que dedicó medio siglo a tratar de explotar el mineral, había sido Teniente en el Ejército Libertador. Este trabajo fue publicado primeramente en el Portal Archivos Forteanos Latinoamericanos, en la Sección Folklore, Mitos y Supersticiones de Liliana Informa Desde Chile al Mundo: http://www.aforteanosla.com.ar/afla/articulos%20folklore/leyendas%20mineras.htm
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario